miércoles, 10 de enero de 2018

Australia, el puzzle maravilloso.

Montaña sagrada de Kata-Tjuta


Me comprometí a escribir para los blogs de LAE y de SACE sobre mi viaje a Australia, y, la verdad, no sé por dónde empezar. Y me estoy agobiando. Aparte de hincharme a ver canguros y koalas, de dibujar la Ópera de Sydney y los rascacielos de Melbourne o de conducir por la izquierda a lo largo de la Great Ocean Road, me han sucedido demasiadas cosas desde que estoy aquí. Por ejemplo, si no fuese porque tengo una foto, no os creeríais que durante uno de mis viajes por el territorio Norte de Australia, nos detuvimos en Devils Marble y se me apareció Kngaritja, la Serpiente Arco iris, entre una de esas rocas redondas como canicas. Los aborígenes dicen que son los huevos que Kngaritja dejó cuando estuvo allí durante el Tiempo del sueño o Dreamtime, como ellos lo llaman. También cuentan que, si alguien la ve, significa que va a llover. Y es cierto porque, no solo posó para que le sacara la foto que cuelgo en el blog, sino que, efectivamente, dos días más tarde, cuando por fin llegamos al lugar que los aborígenes consideran el ombligo del mundo, vi llorar a la montaña sagrada de Uluru. Y eso nunca, o casi nunca sucede, porque Uluru está en medio del desierto, en el área que se conoce como Red Centre. Os explicaría por qué se considera la roca más grande del mundo, y por qué es el punto de encuentro de todas las tribus aborígenes desde hace más de 40000 años (para que luego digan que la historia de Australia es reciente), pero no voy a hacerlo porque esta no es la historia que quiero contar. Aunque, comparada con ella, el resto de historias parecen pequeñas, como cuando nadé a solas con una tortuga gigante en mitad del mar o cuando “le regalé” mi sándwich a un águila que me rondaba en las arenas de silica blanca y brillante de Hill Inlet donde se rodó Piratas del Caribe. 

Seguro que ya está por ahí el típico listo diciendo que esto no es una serpiente, pues no, ya lo he dicho, es Kngaritja, la Serpiente Arco Iris.

En Australia he hecho cosas que no imaginaba como jugar con una serpiente pitón o dormir bajo las estrellas alrededor de una hoguera envuelta dentro de un swag en un campamento en medio de la nada. He visto especies en extinción como las kakatuas negras de cola roja de Kangoroo Island, y ¡he visto al demonio! (el de Tasmania). 



También he pedido un deseo en la Bahía de los fuegos, y, aunque no tenga nada que ver, he aprendido a hacer salsa holandesa, huevos Benedict, alitas de pollo con salsa de vinagre dulce con mis homestay Tolsten y Fiona. Y me he negado a probar una pasta negra y viscosa como el alquitrán que le echan a la tostada cada mañana, el Vegemite impronunciable ese que hasta tiene una canción. En Australia, un día estaba deambulado hechizada por la música de los Busker en las calles de Melbourne, y al otro, caminado por las orillas de Fraser Island mientras las rayas se deslizaban y escapaban entre mis piernas a cada pisada; un día estaba tomando cervezas con Kevin y Tracy en un bar mientras contemplaba las luces chispeantes de los rascacielos reflejadas en el rio Yarra, y al otro, perdida en mitad del Océano durante horas en el barco de Juan Pablo y Lalo porque se nos rompió el motor y no sabíamos si íbamos a poder volver a tierra o si nos vendrían a rescatar.  En Australia he visto playas infestadas, no de tiburones, sino de surfistas y he llegado hasta una playa desierta en el parque nacional de Noosa, andando durante horas por su bosque de casuarinas y eucaliptos, y he sorteado los peligros de las medusas venenosas porque, después de bañarme tres veces en esa maravillosa playa virgen, me di cuenta de que la orilla brillaba con pequeñas y adorables pompitas azules de enormes tentáculos. Menos mal que las vascas estamos a prueba de todo. 
Fraser Island

Y pensar que todo empezó el día que me perdí en el aeropuerto de Melbourne buscando mi maleta azul, grande, vieja, que, porque no tiene nada de especial, nunca sé diferenciarla de entre el resto de maletas que corren en la cinta transportadora. Tal vez sea que me esfuerzo en perderla, para que desaparezcan todos los miedos que guarda dentro. Porque, llamémoslos miedos, incertidumbres, o deseos, pero ese es en realidad el único equipaje que llevamos todos en cada nueva aventura.
En Australia, en Australia, en Australia… podría seguir.
Pero ya he decidido cuál es de todas las historias que he vivido aquí, la que os quiero contar: la de las sirenas que me contaron sus sueños justo antes de que un ciclón del tamaño de toda España asolara el lugar en el que yo estaba viviendo, Airlie beach. Me ha costado decidirme entre esta y la de mi adentramiento en el conocimiento de las Dreaming stories durante mi viaje a la montaña sagrada de Kata Tjuta. Pero os contaré la de las sirenas. Espero que cuando haya acabado no creáis vosotros también lo que dice la adolescente sueca esa de diecisiete años de que Australia no existe y, por tanto, que yo os escribo desde la irrealidad. 

Hill Inlet

Os voy a hablar de las sirenas porque ellas me confiaron un secreto que creo que ha llegado la hora de compartir: el material del que están hechos los sueños. Pero no cualquier tipo de sueño, sino esos sueños que nos ponen en movimiento, esos que, como diría Jung, convocan un destino. Porque eso de que uno/a viaja para encontrarse a si mismo, uufff, es un tópico que ya cansa. Está ya muy mascado. Yo ya me encontré a mí misma la primera vez que mis padres me pusieron junto a un espejo y me pegué un susto de muerte, tanto que todavía me sigo llevando las manos a la cara en el mismo gesto cuando algo me asombra de verdad. Las sirenas me hablaron de sueños reales, palpables: estudiar en una universidad que tiene más salidas que las de tu propio país; llegar a ser el actor que siempre quisiste ser; vender tu casa, tu coche y hasta tu ropa (tu perro no, por favor) para venirte a Australia y conseguir esa calidad de vida que no tenías; traerte a tus hijos, a tu familia entera o mandarles dinero, dinero y más dinero; montar el negocio que siempre quisiste; huir de la inseguridad de tu país; sacarte el maldito 6.5 del IELTS cuyas preguntas son más engañosas que la publicidad en un supermercado... Pero hago un inciso porque tengo que aclarar que ninguno de estos era mi sueño. El mío no era ni mínimamente tan admirable. De hecho, antes de venir a Australia, cuando me preguntaban que por qué me iba a la otra punta del globo, simplemente respondía: Porque sí. ¡Porque sí! Dios, me miraban como si estuvieran contemplando a la palabra Libertad hecha carne. ¿Cómo no iba a sentirme satisfecha con mi respuesta? ¿Por qué había de buscar nada? ¿Acaso la vida no era más que un universo azaroso y sin voluntad en el que pocas cosas hay tan importantes como simplemente ser feliz?
Eso pensaba, hasta que conocí a las sirenas.
Las conocí en Daydream Island. Eran tres. Me quería hacer una foto con ellas y mi amigo Aitor me dijo que trepara por la que estaba a la derecha. La sirena tenía el torso y los pechos de una modelo brasileña esculpidos en bronce, con una pátina azul verdosa hecha con sales de cobre que mimetizaba las escamas de su cola con la roca en la que estaba tumbada, tomando el sol. Lo que quiero decir con esto es que NO era real, aunque lo pareciera. Me senté encima de ella, como si tal cosa, y no me inmuté mucho cuando me dijo al oído:
—Me llamo Infinity, es el nombre que me puso mi creador, David Joffee.


No la miré porque quería salir bien en la foto esta que acabo de poner —soy super presumida—, pero entonces me dijo algo que me dio risa:
—Quiero volver al Océano.
Dejé de posar para la cámara, me eché hacia atrás, y alcanzando su oído, le dije lo más tiernamente que pude:
—Eso es imposible.
Y, entonces me pareció, porque obviamente no sucedió, que levantaba una ceja con condescendencia:
—¿Por qué?
Cogí aire (para mí no era nada fácil explicarle que ella no estaba viva, que no era real, y esas cosas) y lo solté despacio antes de contestarle de nuevo, con extrema suavidad:
—Es que tú estás hecha de bronce, y tu cola… lo que voy a decirte, bueno, es complicado: tú no puedes nadar.
Y me quedé un rato allí sentada, sintiendo las escamas de su cola pegándose y dando forma a mis muslos, recostada sobre su pecho caliente, sin querer mirar los ojos tristes de Infinity que, por mi culpa, sabía que nunca podría cumplir su sueño. Qué necia fui, ella estaba triste, sí, pero porque debió sentir pena de mí. Cuando al fin descendí por su cuerpo con torpeza, agarrándome de nuevo a sus curvas, me espetó de forma enigmática:
—Tú también eres solo un sueño atrapado en la materia. 

Había escuchado hablar de la mala leche de las sirenas, pero Infinity tenía la de todas ellas juntas. Me fui de allí sin mirar atrás por miedo a convertirme en piedra o que sé yo. De todas formas, no pude darle más vueltas a sus enigmáticas palabras porque, apenas volví a mi apartamento con vistas al mar en Airlie Beach, me llegaron las noticias del ciclón al que todavía no habían bautizado Debbie. Y, al día siguiente, al llegar a la escuela de inglés, nos dieron un papelito con instrucciones: comprar víveres para varias semanas, velas, no salgáis durante el ciclón... Cuando volví a mi apartamento, la dueña me dijo: No pasa nada, cómprate una linterna. Al día siguiente ella ya había hecho sus maletas y la descubrí cuando huía a casa de una amiga. Espero que tengas un lugar donde quedarte, me dijo la muy perra, nos evacúan. Gracias a Dios, pude irme a la Student House de la escuela con Alice y Philip. 
Ozú, lo que se nos viene encima

Negación de la realidad

No sé si habéis pasado por un ciclón pero, para mí, los momentos previos fueron los peores porque no sabes qué va a pasar. Escuchábamos noticias alarmantes de que el monstruo estaba cogiendo carrerilla —hasta se habló de CAT5 que es la máxima—, y como no me falta imaginación, se me pasaba lo peor por la cabeza. Lo único que me importaba era que mi padre no se enterase. Al final fue un ciclón de CAT4, pero el más terrorífico, por lo mucho que duró (tres días), desde el ciclón Tracy de 1974. Y tocó tierra en el preciso-mismo-lugar en el que estábamos nosotros, Cannonvale, al lado de Airlie Beach. Estuvimos en el ojo del ciclón. Teniendo en cuenta que el bicho abarcó un área del tamaño de toda España, como ya he dicho antes, os podéis imaginar lo irónico de la coincidencia. Toda Queensland quedó absolutamente devastada. Durante tres días en los que me pasaron miles de cosas que aquí no tengo espacio para contar, tuve la sensación de estar dentro del túnel de lavado de un coche, con los árboles y los vientos de hasta 263km/h azotando las ventanas, el tejado y las paredes de la Student house, como el lobo feroz de la fábula queriendo que salieran los tres cerditos.
Bueno, pues ¿sabéis qué es lo mejor de todo? ¿Cuál fue una de las noticias que más salió en los medios después de aquellos días, cuando la ciudad ya se había convertido en un escenario de The Walking Dead con los supermercados arrasados, sin agua y sin electricidad?
Que las sirenas de Daydream Island habían desaparecido.
Se las había tragado el Océano.
¡Maldita Infinity! ¡Esa sirena de bronce verdigris había hecho su deseo realidad!
Daydream island antes
 
Daydream island después
Entendí dos cosas, primero, que como me aseguró Infinity antes de conjurar el Universo en su favor, todos somos un sueño atrapado en la materia y, segundo, que los sueños son más fuertes que el material del que están hechos.
No importa quién sueñe ni qué sueñe, como dice mi amigo Pablo de Málaga: si tu deseo está bien colocado, se hará realidad. Por supuesto, hay que tener cuidado con lo que se sueña (la ambición de las sirenas arrasó con toda Queensland), y hay que ser consciente (qué palabra tan bella) de lo que uno realmente quiere y sueña porque, una vez formulado tu deseo, el universo se ordena para que se cumpla. Por otro lado, cuando no se tienen sueños propios, eres solo una herramienta para que se cumplan los de los demás. Si este es tu caso, si tienes la sensación de que no sueñas por ti mismo, de que vives solo para ganar dinero, de que trabajas para que se cumplan los sueños de otros, si solo cumples con las expectativas de una sociedad que no te satisface y con la que no te identificas… empieza a soñar de nuevo. Que si Dios inventó los sueños, por algo y para algo es.
Ahora os voy a confesar que yo si tenía un sueño cuando me vine a Australia, pero me avergonzaba decirlo, por eso me llenaba de ínfulas cuando decía que me venía porque sí. Mi sueño era escribir y viajar mientras lo hago, para seguir contando las historias de la gente, para entender el mundo. Pero me daba vergüenza hacerlo mal, fracasar, incluso que a la gente le pareciera pretencioso. 
Uluru

Todavía me gustaría contaros algo que he aprendido en Australia, tiene que ver con las Dreaming stories. Resumiendo muchísimo: mi amiga Cathy, que ha trabajado con aborígenes y conoce muchas de sus historias mejor que nadie, me explicó que cuando todas las tribus aborígenes se juntan en la montaña sagrada de Uluru, cada una trae consigo una parte de la historia de la creación. No hay una tribu que conozca todas las historias, así que su funcionamiento es como el de un puzle: cada una conoce una pequeña parte de la historia y en Uluru se juntan todas las piezas. Pero solo los más sabios llegan a conocer la historia única y completa.
Así me he sentido yo aquí porque, la mayoría de los amigos que he hecho no son solo australianos, sino que vienen de todos los países del mundo. Cada uno trae su propia historia soñada, esos sueños reales y palpables de los que os hablaba al principio; un fragmento de una historia única y bella que a mí me gusta coser mientras me cuentan las peripecias que pasaron hasta llegar aquí.
Cada uno de nosotros, es una pieza más del puzle. 





Pero como pasa con todos los sueños —seguramente por la materia de la que están hechos—, hay un momento en el que todas esas historias de la gente que has conocido en el camino se vuelven irreales, como si nunca hubieran sucedido. Es el momento de volver. Cuando vas a regresar a tu país, piensas: Tal vez esto solo fue un sueño, tan caprichoso como el tiempo de Melbourne. Puede ser. Tal vez los sueños no son más que un espejismo, y no existen, como Australia, pero yo, cuando cierro los ojos, puedo ver claramente a Infinity, nadando con su cola de bronce en las profundidades del Mar del Coral, esperando a que algún marinero descreído se la encuentre, y pueda volver a soñar.  

Ingredientes de la Receta mágica sobre cómo llegar al país ese que dicen que no existe, leáse “Cómo viajar Australia”:
• Un deseo-sueño bien cocinado.
• Conocer a una persona que actúe como Portal mágico a otro mundo: Olga de LAE. (Sí, hay personas que son portales a otros mundos pero aparecen solo cuando has formulado tu deseo)
• Una escuela con sedes en puntos estratégicos dentro de Australia que te permita moverte de un lugar a otro sin gastar mucho dinero: SACE.
• Una student visa para, aparte de aprender inglés y acabar hablando con fluidez, poder trabajar 20 horas a la semana (de qué vas a vivir sino, loooooco)
• Una maleta medio vacía, azul, grande y vieja. Que pesé tanto y a la vez tan poco como los miedos de los que te quieres ir liberando.






miércoles, 8 de noviembre de 2017

Australia, a wonderful puzzle.




 
Montaña sagrada de Kata-Tjuta
  I committed myself to writing about my trip to Australia for the LAE and SACE blog and I don’t want to let anyone down, but where to start? Apart from seeing sufficient kangaroos and koalas, drawing the Sydney Opera House and the Melbourne skyscrapers or driving on the left along the Great Ocean Road, too many things have happened since I've been here. For example, were it not for the snapshot I have, you’d never believe that during one of my journeys through the Northern Territory of Australia, the Rainbow Serpent, Kngaritja, appeared to me among one of the round rocks of the Devil’s Marbles. Aboriginal people regard those rocks as the eggs that Kngaritja left when he strolled through there during the Dreamtime. They also claim that if someone sees the Rainbow Serpent, it is but the harbinger of rain. And I dare say that Kngaritja didn’t just pose for my sick shot, but he actually made the Sacred Uluru sandstone cry with rainfall in front of me two days later. Quite unusual, seeing that it is in the middle of the desert, in the area known as the Red Center. Why it is considered the largest rock in the world and why has it been the meeting point of all Aboriginal tribes for more than 40,000 years (the history of Australia is not recent, even if some claim it), I have no time and no space to tell. I gather that, sadly, the rest of my stories won’t live up to it, stories such as when I swam alone with a giant turtle in the middle of the sea or when I gave away my sandwich to a wedge-tail eagle that was hovering over me on the brilliant white silica sands of Hill Inlet where Pirates of the Caribbean was filmed.

Hill Inlet

In Australia, I’ve done jaw-dropping things like play with a python snake or sleep under the stars around a bonfire wrapped inside a swag in a camp in the remote wilderness. I have seen endangered species like the red-tailed black cockatoos of Kangoroo Island, and I encountered the devil! (the Tasmanian one). I have also made a wish in the Bay of Fires, and although it has nothing to do with it, I have learned to make Dutch sauce, Eggs Benedict, and chicken wings with sweet vinegar sauce with Tolsten and Fiona, my homestay family. And I have refused to try a tar-like, black and viscous food spread that they pour on toast every morning, the unpronounceable Vegemite that even has its own song. One day I could be wandering entranced by the Busker's music in the streets of Melbourne, and the next, walking along the sea shore on Fraser Island while manta rays slipped and escaped between my legs at every step; another day, I could be drinking beers with Kevin and Tracy in a bar, gazing at the sparkling lights of the skyscrapers reflected in the Yarra River, and then, lost in the middle of the ocean for hours on Juan Pablo and Lalo's boat because the engine had broken, without even knowing if we could return to land or if we would be rescued. I’ve seen infested beaches, not with sharks, but with surfers; I’ve reached deserted beaches in Noosa National Park, I have walked for hours through its forest of casuarinas and eucalyptus; I’ve circumvented the dangers of poisonous jellyfish realizing only after bathing three times that the shore was shining with small and adorable blue bubbles of large tentacles. As luck would have it, we, Basque Country girls are tested for any conditions.




And it all was afoot the day I got lost in Melbourne airport when I was looking for my old, large blue suitcase, which, because it is nothing special, I can’t never differentiate from the other suitcases that run on the belt. Perhaps I was just trying to lose it, so that all the fears that it keeps inside would disappear. Because, wether we call them fears, uncertainties, or desires, that is actually the only baggage we all carry into each new adventure.
In Australia, in Australia, in Australia... I could go on.
But OK, I’ve already decided which of all the stories I’ve lived here I want to tell you about: that of the mermaids who told me their dreams just before a cyclone as large as the whole of Spain ravaged the place where I was and still am living, Airlie Beach. I was going to tell you about one of my raids in the knowledge of the Dreaming Stories during my trip to the sacred mountain of Kata Tjuta. But the one about the mermaids won over. I hope that when I finish, you too do not believe what that Swedish teenager girl is saying on the Internet, that Australia doesn’t exist (a load of bull) and, therefore, that I write to you from the Unreality.
So, I’m going to pass down the secret that the mermaids entrusted me with: the material from which dreams are made. Not any kind of dream, but only those which set us in motion, those that, as Jung would say, summon a destiny. This story is not about “finding one’s self”. Huff, that’s an overly chewed topic that makes me sick. I mean, I found myself long ago, the first time my parents put me in front of a mirror. Creepy encounter. I still bring my hands to my face in the very same gesture when something really amazes me. Either way, the mermaids spoke to me of real, palpable dreams: to study at university with more opportunities for your individual career path or to become the actor you always wanted to be; sell ​​your house, your car and even your clothes (not your dog, please) to come to Australia and move up in the world; bring your children here, your whole family or send them money, money and more money; paddle up and get a business off the ground; flee from the hardships of your country; get the unobtainable IELTS 6.5 whose questions are more misleading than advertising in supermarkets... At this point, I must clarify that none of these was my dream. Mine wasn’t so impressive. In fact, before coming to Australia, when friends asked me why I was going to the other side of the planet, I simply replied: “Just because”. Just because! God, they looked at me as if they were looking at the word “Freedom” itself. How could I not be satisfied with my answer? Why should I seek anything else? Was life no more than a random, will less universe, in which few things are as important as simply being happy?

Well, that’s what I thought until I listened to the mermaids.
I met them on Daydream Island. The’re were three. I wanted to take a picture with them and my friend Aitor asked me to climb on the one on the right. Carved in bronze, the mermaid had the breasts and chest of a Brazilian model, with a greenish patina made of copper salts that mimicked the scales of her tail blended into the rock on which she laid, sunbathing. What I mean by this is that she was NOT real, even if she seemed so. I sat upon her, thinking nothing, and I wasn’t taken aback when she whispered in my ear:
"My name is Infinity, or that's the name which my creator David Joffee bestowed upon me”.
I did not look at her because I was overly focused in my appealing smile for the pic, but then she said something that made me laugh:
"I want to go back to the Ocean."
I leaned back, and reaching her ear, I muttered sympathetically:
“That's impossible”.
And then it seemed to me —because it obviously did not happen— that she raised an eyebrow disdainfully:
“Why?”

I took a deep breath: how should I explain to her what became apparent, that she was not alive, not real, such blunt things? I released the air slowly before making her understand:
"You're made of bronze and your tail, well, what I want to say to you is… You just can’t swim”.
And I sat there for a while, feeling the scales of her tail plastering over my limbs like glue, leaning against her warm chest, avoiding her eyes which bore into me. Because of me, she realized that she could never fulfill her lofty dream.
How foolish I was!
She was sad, yes, but somehow, she must have felt sorry for me.
In the end, when I awkwardly descended from her body, clinging to her curves again, she poked at me enigmatically:
“You are also just a dream trapped in the matter of your body”.

I had heard of the wit of mermaids but, Holy Mary Mother of God, Infinity had it all! I left without looking back, fearful of becoming a stone or who knows what. Anyway, I could not get over her riddle because, as soon as I returned to my nice apartment overlooking the sea in Airlie Beach —off the cuff— I got the news of the cyclone that had not yet been named Debbie. And the next day, when I arrived at SACE, the English school, Sonja greeted us with written prompts: to buy groceries for several weeks, candles; not to go out during the cyclone; to stay homebound... But when I returned to my apartment, the landlady told me: No rush, just buy a flashlight in the supermarket. Heartening. But, yeah, the next day, so early in the morning, she had already packed her luggage and I caught her escaping to a friend's house. “I hope you have a place to stay, dear”, said the very same bitch, “we are evacuating”. Thank God, I could go to the SACE Student House with Alice and Philip.
I do not know if you have been through a cyclone but, for me, the moments before were the worst because you do not know what could happen. We heard the appalling news of the monster getting bigger and bigger –“It’s a CAT5, the maximum”, cheered the news— and as I do not lack imagination, I feared the worst. My only concern was that my father wouldn’t find out. In the end, it finally reached a CAT4, but it was considered the most terrifying one since Cyclone Tracy in 1974 as it lasted for three days. And it landed in the very same place where we were. We were right in the eye of the cyclone. Bearing in mind that, as I said before, the “little bug” covered an area the size of the whole of Spain, you can imagine the irony of the coincidence. All of Queensland was utterly devastated. During those three days thousands of things happened to me that I do not have space to relate, so I will only say that the sensation is like being inside a car-wash tunnel, with the boughs of the trees and the winds of up to 263km /h lashing against windows, roof and walls of the Student house, like the Big Bad Wolf coaxing the three little piglets to come out.
BUT, you know what the most awkward thing was? What the news was that came out in the media after those days, when the city had already become a perfect stage for filming The Walking Dead with its supermarkets devastated and without water and without electricity?
That the sirens of Daydream Island were gone!
The ocean had swallowed them.
Damn Infinity!
That verdigris bronze fussy mermaid had made her wish come true!
I understood then two things: first, as Infinity assured me before conjuring the Universe to her will, that we are all a dream trapped in matter; and secondly, that dreams are stronger than the material from which they are made.
It does not matter who dreams or what their dreams are, as my friend Pablo from Málaga says: if your desire is well placed, it will come true. Indeed, you should be careful about what you dream (the ambition of the sirens swept through the whole of Queensland), and, of course, you must be aware (what a beautiful word) of what you really want and dream because, once you have formulated your desire, the whole universe will be ordered to act in your favor. On the other hand, when you do not have dreams of your own, you are only a tool to fulfill those of others. If this is your case, if you have the feeling that you do not dream for yourself, that you live only to earn money, that you are a default setting, doctored for the expectations of a society that doesn’t satisfy you and with which you do not identify, then, make a key change, just begin to dream again as if you could always be a kid, growing up with the strength of your desires.
And, I tell you one thing: if God invented dreams, it is for something.
Now, I will confess that, maybe yes, I had a dream when I came to Australia, but I was embarrassed to say it, which is the only reason why I shrugged it off saying that I came “just because”. My dream was to write and travel as I do, to tell the stories of the people I met along my way and to understand the world. But I was ashamed to not know how to do it, ashame of, who knows, to fail, or seem too pretentious.


I would still like to tell you something I’ve learned in Australia which is related to the Dreaming stories. In short: my friend Cathy, who has worked with Aboriginal people and knows many of their stories better than anyone else, explained to me that when all Aboriginal tribes come together on the Uluru sacred sandstone, each one brings with it a part of the story of the creation. There is not one single tribe that knows all the stories, so it’s like a puzzle: each one knows a small part of the bigger story and they put all the pieces together in Uluru. But only the wisest come to know the unique and complete story.
And, here in Australia, I have felt like a piece of a puzzle. Most of the friends are not only Australians, but from all walks of life, from all over the world. Each one brings their own dreaming story, those real and palpable dreams I spoke to you about at the beginning; a fragment of a unique and beautiful story that I like to sew while they tell me about the adventures that brought them here.
Each of us is one piece of the puzzle.


But as with all dreams —surely because of the matter from which they are made— there is a time when all those stories of the people you met on the road become unreal, as if they never happened or just belong to far-off days. This is the time to return home. When you go back to your country, you think: “Maybe this was just a dream, as capricious as the Melbourne weather”. Could be. Maybe dreams are nothing more than a mirage, and they do not exist, like Australia, but I, when I close my eyes, I can see Infinity clearly, swimming with her bronze tail in the depths of the Coral Sea, waiting for some mistrust Sailor to find her, so he can dream again.

Ingredients of the Magic Recipe for turning up in the country that doesn’t exist, says "How to Travel Australia":
• A well-cooked dream/wish.
• A person who acts as a magic portal to another world: Olga form LAE. (Yes, there are people who act as portals to other worlds but appear only when you have formulated your desire)
• A school with strategic locations within Australia that allows you to move from one place to another without spending a lot of money: SACE.
• A student visa for, apart from learning English and ending up speaking fluently, being able to work 20 hours a week (what you will live off, crazy fool)
• A half empty suitcase, old, large and blue,  that weighs so much and at the same time as little as the fears you want to get rid of.